Me encierro en el cuarto, prendo dos velas blancas, enciendo un cono de incienso y me dispongo a embriagarme de aromas y de luces sobrenaturales.
Es mi única manera de embriagarme, y algunas veces mi cuerpo lo necesita. Mientras escribo esto me siento como parte de uno de mis sueños. La luz es extraña. No es luz que proviene de afuera, pues ya está todo negro como boca de lobo, y tampoco es la luz familiar de la bombilla. La luz de las velas es distinta. Contribuye a crear el ambiente en el que me siento cómoda. Un poco oscuro, algo lúgubre... Da hasta un poco de miedo.
Todo esto es un sueño...
El incienso tiene un "aroma extremo". La columna de humo asciende recta hasta convertirse en una nube confusa de olor extraño. Recuerdo en este momento que a W no le gusta el incienso, ni los aromas fuertes. Por las noches, si salgo, suelo empaparme de una fragancia que huele a bosque y a maderas orientales, a frutas y a ruta de las especias. Sin ella no soy nada. Sin ella parece que no existo. Mis ropas negras se confunden con la oscuridad. Solamente resaltan mis labios, que me pinto rojo sangre, y el aroma de mi fragancia. Necesito este perfume para existir, para ser... y no para ser cualquier persona; y ni siquiera me sirve cualquier perfume. Tiene que ser un aroma extremo, pues yo soy, y deseo ser, una persona extrema. Cuando W venga, tendré que renunciar a mi aroma extremo y utilizar otro perfume sobre mi piel, más discreto, menos femme fatale...
Cosas a las que hemos de renunciar y a las que renunciamos con gusto. Cosas que nos abandonan durante un tiempo y que después, invariablemente, regresan a nosotros. La vida nos las pone delante y sólo nos dice "tómalo". ¿Quién se arriesgaría a dejarlo ir?
No estoy triste, no. Ni siquiera melancólica. No escucho a Billie Holiday. Tan sólo estoy cansada. Muy cansada...
Cierro los ojos, escucho el tango "Perfume de mujer", (violines), y me imagino a un hombre y a una mujer bailando en un salón lleno de velas blancas. Ella lleva un vestido rojo y negro, y perfume extremo en su cuello y, mientras baila, descubro dolor en su rostro... amargas lágrimas empapan un pasado que se remonta a hace casi un siglo. Ella fue joven y hermosa, una gran bailarina de tangos. Acabó vieja y sola en su amada Argentina. Renunció a sus sueños, pero jamás se arrepintió. Su renuncia fue por amor. Cuando murió, encontraron una caja llena de cartas amarillentas debajo de su cama... Miles de amantes y un solo amor. Mereció la pena...
Mereció la pena.
Ayer estaba muy enfadada cuando asistí a la consulta con el psicólogo.
Nada más entrar al despacho, después del saludo de rigor, se lo dije. "¿Cómo te encuentras hoy, Arielle?", me preguntó. "Estoy muy enfadada", le dije. Durante una hora le expliqué todo lo que sentía, todo lo que me había estado preocupando esta semana. La reaparición de Rafa, mis ilusiones con respecto a una hermosa relación con W, la decisión que había tomado, mi miedo a equivocarme... Absolutamente todo. No creí que fuese capaz.
Pero lo consideré necesario.
Primero me hizo imaginarme que me ponía en contacto conmigo misma, como una Arielle desdoblada que estaba sentada enfrente de mí. Hacia ella dirigí mis reproches. A ella le reproché su inseguridad, su debilidad, su miedo, sus patéticos intentos de autojustificación.
Ella no dijo nada. Tan sólo estaba ahí sentada, escuchando apesadumbrada acerca de todos sus defectos, acerca de su cobardía. Aguantaba el temporal como podía. Las lágrimas asomaban a sus ojos y yo me ensañaba cada vez más. Me reprimí, juro por los dioses que tuve que reprimirme, pero tal vez si hubiésemos estado las dos solas le habría dicho que algunas veces la odio tanto que me gustaría sacarle los ojos.
Cuando el psicólogo me preguntó si acaso yo pensaba que podría ser feliz con Rafa, me sorprendió mi respuesta, firme e inmediata...
No.
Un no que sonó a ruptura definitiva. Un no que era como una nube cargada de tormenta, a punto de estallar. No puedo hablar con él. No sé nada de sus sentimientos. No tenemos en común ni un solo sueño, ni una sola ilusión. No sabemos jugar limpio. Nos queremos, pero no sabemos querernos. A cada rato nos estrellamos contra la barrera que el otro levantó para protegerse. No hay manera de hacer funcionar una relación cuando existen tantos muros, tantas restricciones. No se puede sacar nada bueno de una guerra, por más que sea una guerra declarada en nombre del amor. ¿Por qué todas mis relaciones han sido guerras llenas de amor? ¿Y por qué ahora siento que con W todo será distinto?
Quiero quererlo y protegerlo. Quiero tenerle en mis brazos por fin. Quiero ser feliz, de una maldita vez, y él ha prometido hacerme feliz. ¿Acaso debo pensármelo más? ¿No está todo suficientemente claro?
El tiempo de las lágrimas se acabó. Quiero ser feliz.
¿Es cierto que las cosas en la vida cambian tan rápido o acaso sólo sucede así en mi vida?
No sé qué hice mal, o si hice algo mal, pero la mala suerte parece perseguirme sin tregua. En el momento en que tomo una decisión es como si todos los acontecimientos se pusiesen de acuerdo para impedirme llevarla a cabo. Pero ya no puedo dejarme arrastrar por los acontecimientos. Necesito y debo tomar las riendas de mi vida.
Ich vermisse den Nachtwind...
Rafa ha vuelto. Me ha llenado de promesas sobre hacer las cosas bien hechas, sobre olvidar el pasado y centrarnos, juntos, en el presente y en el futuro. Pero, ¿cómo demonios le explico yo que el presente y el futuro han cambiado por completo? ¿Cómo le explico que yo soy otra persona, que mis sueños y esperanzas han cambiado en cuestión de... semanas? ¿Cómo decirle que la indecisa que yo era ha tomado una decisión, y que esta decisión es inamovible?
¡No! Rafa, no quiero ya tus promesas, el futuro contigo quedó muy lejano... No, verás, yo tampoco lo entiendo... Sé que no... no es fácil. No me pidas que te lo explique... Yo... no soy capaz... Estoy tan cansada...
Sólo déjame tranquila en mis noches solitarias. Añoro el viento nocturno meciéndome suavemente para que me duerma...
En algunas noches frías de febrero, como la de hoy, me gusta caminar hasta el parque y sentarme debajo del más grande de los sauces, para escuchar cómo el viento nocturno sopla por entre sus hojas, y produce un sonido irrepetible.
Así es también tu voz, un sonido irrepetible. Y no puedo evitar sentirme un poco culpable de no recordarla exactamente, pero sé que pronto estarás junto a mí, susurrándome al oído, como sabes que me gusta. Y esa voz tuya formará parte de mí por siempre, y jamás volveré a olvidarla.
Men are so nice...
Más de una vez he escuchado decir que cuando una puerta se cierra, una ventana se abre. Seguramente, alguna de mis ventanas no estaba bien cerrada y se coló por ella el viento nocturno, abriéndola de par en par. Es extraño, casi no me atrevo a confesarlo... porque toda la historia está aún demasiado reciente, ya lo sabes, pero quiero apostar por ti. Deseo escuchar el sonido del viento hasta en la más profunda de mis oscuridades. Es de locos, pero por si aún no lo sabes, la única característica inmutable de mi personalidad es mi tendencia a cometer locuras. Avisado quedas. Y, aun así, te quedas.
Roses may fly...
Quizás debí haberlo intuido antes. Al fin y al cabo, ya se sabe, sobre el viento. Penetra hasta en el más oscuro rincón; soplando como loco, remueve las cosas dormidas desde hace tiempo y con perseverancia consigue despertarlas. Produce una especie de euforia que sólo se me ocurre explicar con un ejemplo: ¿alguna vez habéis viajado en un coche, por una carretera solitaria, a una cierta velocidad, y habéis sacado la cabeza por la ventanilla del asiento del copiloto? ¿Recordáis la sensación del viento en vuestro rostro? ¿Recordáis vuestro pelo agitándose, jugueteando, viajando de atrás hacia delante, moviéndose libre? ¿Recordáis las sensaciones internas que aquel simple hecho -el viento en el rostro- os produjo? (La libertad, la euforia, el deseo, la desinhibición, el grito... ¡ese grito de alegría que no cesa...!) Y ahora, ¿alguna vez experimentasteis lo mismo, pero de noche? Si vuestras respuestas son afirmativas, entonces tal vez podáis entender lo que este Viento Nocturno me hace sentir.
Reflection beauty...
O quizás no, porque me hace sentir tantas, tantas cosas, que casi ni yo misma soy capaz de entender cómo... por qué... ni en qué momento todo comenzó a cambiar. (Ese grito, estas ganas de cantar a voces... ¿Quizás algo que tiene que ver con la felicidad?)
He pleases me fine...
(Escucho "I Wear Your Ring";, de Cocteau Twins. Ya sabes lo que eso significa... Únicamente para ti. Todas mis emociones y pensamientos, ahora, se centran en ti).
He’s a beauty affection, oh...!
Finally, finally, finally, finally…
Fin de semana agotador, pero bien aprovechado. (Ya era hora). Lo que comienzo a echar de menos es salir una noche con mi amiga y parlotear, y hacer risas, y bailar, y si se da el caso, hasta emborracharnos. Pero es una lástima tener esa sensación de que no puedo salir tranquila por temor a encontrármelo y no saber cómo reaccionar. Creo que ya, una vez tomada la decisión de apartarlo para siempre de mi vida, (aquello de darnos un tiempo no funcionaría y ni siquiera sé si es lo que él quiere, porque él no se ha dignado ni siquiera a preguntar qué está pasando aquí. Es mejor, infinitamente mejor, que corte por lo sano), una vez tomada esa decisión, digo, lo conveniente sería no reaccionar de ninguna manera. Un punto final ha de ser siempre un punto final.
En realidad me he dado cuenta de que lo que menos necesito ahora mismo es estar con un tipo como él. No es mi intención hablar mal de él, al fin y al cabo, he estado muy enamorada, pero reconozco lo que tantas veces quisieron forzarme a reconocer en el pasado. Hoy lo hago yo solita, porque me da la gana: Rafa no me hacía bien. No se trataba de él. Se trataba de mí. Soy demasiado insegura y débil como para estar con alguien que me obligaba a comportarme como una mujer de 40. Ahora pienso que lo que quizás quería de mí era una mujer con una mentalidad similar a la suya, o con una edad similar a la suya, pero con un cuerpo de 24 años como el mío. No tengo ni idea, la verdad. Era él quien siempre se quejaba de la edad. Yo siempre estuve encantada de estar con un hombre "adulto", como él se autodenominaba. Y jamás me sentí una cría caprichosa estando con él. Porque ese no es mi problema. Mi problema no es la falta de madurez, sino la inseguridad.
Y a pesar de mi inseguridad, y de mi debilidad, sigo intacta. Esta ruptura no me ha matado, ni siquiera ha causado en mí demasiada tristeza. A lo mejor funciona eso de leer a Epicteto, y darte cuenta de que sólo eres responsable de lo que depende de ti, y que es absurdo preocuparse por aquello sobre lo que no tienes poder alguno -las cosas sucederán de igual modo, ya sea que llores, que rías o que te metas en la cama y no quieras salir en dos meses. Creo que a los seres humanos nos pasa esto mucho. Nos empeñamos con algo que no puede ser, invertimos todas nuestras energías, lloramos, gritamos de rabia, nos consumimos... para darnos cuenta al final de que no sirvió de nada. Esa toma de conciencia, sin embargo, es buena, porque nos ayuda a tranquilizarnos. Pusimos todo de nuestra parte, luchamos, pero no pudo ser. Y no fue nuestra culpa. Simplemente, hay cosas que no pueden ser y ya. Es absurdo seguir dando vueltas a lo mismo. Es preferible retomar el camino y disfrutarlo en la medida de lo posible.
La magia se presenta sola por el camino, no hay que buscarla ni llamarla. Y la felicidad está dentro de cada uno. Solamente sabiendo esto es tolerable esta cosa que llamamos vida.
Como siga así, medio depre y encerrada en casa con el síndrome post-corazoncillo roto, me voy a convertir en un bellezón de estos de mucho cuidado. Es lo que tiene un fracaso amoroso (uno, otro, veinticinco, qué más da. Es siempre igual). La autoestima se te queda allá por el fondo del mar, tra la la, y sobreviene la urgencia de hacer algo grande y útil por este cuerpo maltrecho y vapuleado por los sinsabores del desamor, ay.
A todo esto hemos de unir los optimistas propósitos de Año Nuevo (maldito sea por siempre quien los inventara), cuando aún tenía novio y me sentía con ganas de hacer cosas para complacerle. Que si ahora voy a hacer deporte, que si voy a probar el yoga para conectar con mi yo interior y no agobiar tanto al susodicho, que si prometo ir a la peluquería más seguido e incluso darme un caprichito en el salón de belleza... Ya sabéis de lo que os hablo, típico caso de "voy a convertirme en una narcisista para tener contento al novio".
Pero ahora, sin novio, gatito que me maúlle ni canario que me picotee, estos propósitos se me antojan ineludibles. A la peluquería voy el mes que viene sin falta para el obligado cambio de look que, ingenuamente, me tomo como un cambio de vida. El yoga imprescindible, no sólo para conectar con el yo interior, sino para olvidarme del yo exterior, del ego, y de la madre que los parió. La natación, el único deporte que soporto, para el reto ese de la superación personal y, ya de paso, a ver si endurezco un poco el culillo. Que falta le hace, pobre. Y mínimo una exfoliación de careto por semana y bañito de sales aromáticas.
Joder, es que tengo que mimarme, ¿no os parece? Con mi novio, que ni siquiera me ha dejado, por cierto, sino que simplemente se ha empezado a comportar como una mezcla de Frankestein y Mister Hyde cada vez que me ve, (por todo lo cual he decidido dejarle en paz, por lo menos una temporadita), con mi novio, digo, ya no puedo contar. Y como no tuve la previsión de buscarme otro novio para los días de lluvia, debo ser yo misma quien se cuide, quien se mime, quien se... ¿acaricie? Pues sí. Eso también.
Maldita sea. Qué futuro me espera. ¡Rafa, vuelve!
De todos modos he tratado de imaginar qué sucedería si finalmente lo nuestro no se pudiese arreglar. Es decir, ¿hasta qué punto me quiere todavía, o incluso, hasta qué punto me quiso alguna vez? No quiero ya darle ni una sola oportunidad al autoengaño, que te hace sentir bien tan solo un rato, y después... después sucede algo, cualquier cosa, y te das de morros contra la realidad. O sea, que antes que nada, debo aprender a protegerme de mí misma.
Chéri;
Si supieras que no me hace falta dormirme para soñarte. Si supieras, de veras, que me paso las tardes retrocediendo en el tiempo para cambiar todo lo que pasó, para poder ilusionarme con el hecho de que, tras un tiempo, todo volverá a esa estabilidad de noria que tú y yo teníamos. Y no comprendo cómo he podido tirar la toalla esta vez, si lo único que quiero es estar a tu lado.
Recuerdo hace apenas dos meses nuestro fin de semana juntos en Logroño. Ya sabes qué significó aquello para mí; para mí, que llevaba tres años sin salir de la cárcel asfixiante a la que mis miedos y fantasmas me habían condenado. ¿Cómo crees que puedo mostrarme impasible ahora, cuando has sido la única persona que ha demostrado que puede salvarme? Aunque quizás sea yo quien haya de salvarme. Solamente yo. Y por eso (así quiero pensarlo), me doy tiempo, y te doy tiempo. Y quizás después, una vez que me considere una persona completa sin ti, pueda, de nuevo, hacerte plantear el hecho de que podemos ser dos personas libres, completas, pero unidas por ese lazo invisible que... que aún siento que me tira hacia ti...
Recuerdo Logroño, sí. Y hay algo que aún me ronda la cabeza. Después de mi brusco despertar, me confesaste que me habías mirado mientras dormía. ¿Qué pensaste? ¿Acaso me miraste como un hombre enamorado que, por primera vez, duerme junto a la mujer a la que quiere? ¿Quizás deseaste grabar esa imagen en tu retina y en tu corazón y conservarla allí por siempre? Y por qué ahora me dejas sola, ahora, cuando más te necesito.
A partir de ahora dejo de buscar respuestas en el viento, y comienzo a buscarlas dentro de mí misma.
Te amo, a pesar de que sé que la palabra “amor” se mancha cuando nos atrevemos a pronunciarla.
Por siempre... tu nena.