27 de Febrero 2004

Todo es un sueño.

Me encierro en el cuarto, prendo dos velas blancas, enciendo un cono de incienso y me dispongo a embriagarme de aromas y de luces sobrenaturales.

Es mi única manera de embriagarme, y algunas veces mi cuerpo lo necesita. Mientras escribo esto me siento como parte de uno de mis sueños. La luz es extraña. No es luz que proviene de afuera, pues ya está todo negro como boca de lobo, y tampoco es la luz familiar de la bombilla. La luz de las velas es distinta. Contribuye a crear el ambiente en el que me siento cómoda. Un poco oscuro, algo lúgubre... Da hasta un poco de miedo.

Todo esto es un sueño...

El incienso tiene un "aroma extremo". La columna de humo asciende recta hasta convertirse en una nube confusa de olor extraño. Recuerdo en este momento que a W no le gusta el incienso, ni los aromas fuertes. Por las noches, si salgo, suelo empaparme de una fragancia que huele a bosque y a maderas orientales, a frutas y a ruta de las especias. Sin ella no soy nada. Sin ella parece que no existo. Mis ropas negras se confunden con la oscuridad. Solamente resaltan mis labios, que me pinto rojo sangre, y el aroma de mi fragancia. Necesito este perfume para existir, para ser... y no para ser cualquier persona; y ni siquiera me sirve cualquier perfume. Tiene que ser un aroma extremo, pues yo soy, y deseo ser, una persona extrema. Cuando W venga, tendré que renunciar a mi aroma extremo y utilizar otro perfume sobre mi piel, más discreto, menos femme fatale...

Cosas a las que hemos de renunciar y a las que renunciamos con gusto. Cosas que nos abandonan durante un tiempo y que después, invariablemente, regresan a nosotros. La vida nos las pone delante y sólo nos dice "tómalo". ¿Quién se arriesgaría a dejarlo ir?

No estoy triste, no. Ni siquiera melancólica. No escucho a Billie Holiday. Tan sólo estoy cansada. Muy cansada...

Cierro los ojos, escucho el tango "Perfume de mujer", (violines), y me imagino a un hombre y a una mujer bailando en un salón lleno de velas blancas. Ella lleva un vestido rojo y negro, y perfume extremo en su cuello y, mientras baila, descubro dolor en su rostro... amargas lágrimas empapan un pasado que se remonta a hace casi un siglo. Ella fue joven y hermosa, una gran bailarina de tangos. Acabó vieja y sola en su amada Argentina. Renunció a sus sueños, pero jamás se arrepintió. Su renuncia fue por amor. Cuando murió, encontraron una caja llena de cartas amarillentas debajo de su cama... Miles de amantes y un solo amor. Mereció la pena...

Mereció la pena.

Escrito por Arielle Victoria a las 27 de Febrero 2004 a las 10:09 PM
Comentarios

Me vienen a la cabeza esas imagenes que describes, y las veo tan claras como lo son tus palabras.
Sigue asi. Un beso

Escrito por Vresia a las 27 de Febrero 2004 a las 10:32 PM
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